jueves, 14 de junio de 2012

Un adios vale más que mil palabras


Adios Ray Bradbury,...

Comienzo despidiéndome aunque hace bien poco que dije hola...

Esta entrada es por la muerte de Ray Bradbury, que fue y es, porque muerto él viven sus libros; un gran autor si se le sabe leer y la edad contribuye.

Ray Bradbury



Ray Bradbury nació el 22 de agosto de 1920 en Waukegan Illinois, su familia se mudó varias veces hasta establecerse en 1934 en Los Ángeles. En su juventud fue un ávido lector y escritor aficionado. No fue a la universidad por problemas económicos pero fue autodidacta con los libros de las bibliotecas y comenzó a escribir sus primeros cuentos que fueron destinados a revistas en 1940. Finalmente se estableció en California hasta su muerte.
Trabajó además como guionista para televisión y cine.
En 1947 se casó con Marguerite Mclure con quien tuvo cuatro hijos.
Murió el 5 de junio de 2012 en Los Ángeles con 91 años, su epitafio es: "Autor de Fahrenheit 451".


Ray Bradbury para quien no le conozca es uno de los grandes embajadores de las novelas de ciencia ficción; aunque siempre me pareció que más que escribir sobre cosas sobrenaturales él escribía sobre la naturaleza humana, sobre como realmente somos o pensamos, sobre la gente de otoño y la de verano...

Seguramente esto último os haya sonado a chino pero tiene sus razones, una metáfora que él mucho usaba era el otoño y el verano como el mal y el bien; Bradbury solía esconder en sus novelas reflexiones a cerca de los deseos humanos, la pérdida de la inocencia y el tiempo; un buen ejemplo de ello es "La feria de las tinieblas" (me lo estoy leyendo ahora), los libros de este autor son para leer con tiempo pues tienen un montón de detalles ocultos para que el lector los encuentre, y además el lenguaje es muy cuidado y tiene muchas metáforas y descripciones con símiles poco habituales.

Si alguien se decide a leer algo de Ray Bradbury, de mi parte le digo que se tome su tiempo y no se arrepentirá.

La primera vez que leí a Bradbury no me gustó del todo; era yo un poco pequeña y no pillaba su estilo del todo, además que era época de examenes y no había tiempo que disfrutar (disfrutar que no perder, ¡ojo!) pero hace unos días, por casualidades de la vida le robé a una amiga un libro mientras ella acababa deberes y me puse a leer; me encantó y ella que es muy buena me lo dejó a semi-perpetuidad.

Día y medio más tarde me enteré (mientras leía) de que el autor de dicho libro había muerto, digamos que me reencontré con el antes de que muriese (que de película me ha quedado eso), pero es verdad, antes de "La feria de las tinieblas" a mi no me gustaba mucho, y ahora va y ¡plum!. Seguramente ahora se haga un poco más famoso por haber muerto, es triste pero cierto, la gente lee más a los muertos; pero al menos los lee.

Poco más me queda ya que decir, así que les dejo con un cuento que he leído gracias a la bloguera Emma Buffei (El cementerio de los libros) y que es del autor William Ospina; dicho cuento está publicado aquí, es decir en el periódico colombiano "El Espectador" que suele publicar cosas interesantes pues no es la primera vez que me topo con el buscado cosas sensatas y veraces para mis trabajos escolares de ética. He aquí el relato:


El último cuento de Bradbury.--William Ospina

"El hombre se encontraba tranquilo, en la sala, frente a la ventana, viendo la circulación por las avenidas de Los Ángeles, cuando la Muerte llamó a la puerta. Él mismo se levantó a abrir.

—El señor Ray Bradbury?
—Soy yo, respondió.
La Muerte venía de traje oscuro, con una corbata rayada, y tenía un mechón pintado de verde para aparentar juventud. Pero su rostro, más que viejo, era antiquísimo. Rostro de momia egipcia, de bruja shakespeareana, con oscuros labios de pergamino.
—Vengo por su vida, dijo.
—La verdad es que sólo me queda una gota, respondió Bradbury.
—Lo siento, dijo la Muerte, me encargaron despojarlo de su vida entera, de modo que me dirá usted dónde la tiene.
—Temo que la he gastado escribiendo historias, explicó Bradbury con una sonrisa cortés.
—Pues cuénteme usted dónde están, porque mi deber es recoger su vida, toda, y entregarla a mis jefes, minuto a minuto.
—Me gustaría ayudarle, dijo Bradbury. Pero tendrá que irse por el mundo recogiendo esos libros, que ahora están en millones de casas, en muchas lenguas y países. No será una tarea fácil. Y aun si lograra hacerlo, como los bomberos en una de mis historias, y si construyera una torre o una pirámide inmensa con esas ediciones babélicas, y la entregara a quien lo ha enviado, todavía no habría terminado su trabajo.
—¿Por qué?, dijo la Muerte con impaciencia.
—Lo mejor es que siga y conversemos amistosamente en la sala. Puedo ofrecerle un té de lotos, que, supongo, le gustará.
—Sí, gracias, susurró la Muerte con cierta vacilación. Sólo que no puedo demorarme, tengo que hacer mi trabajo con rapidez. Hay mucha gente en el mundo y usted entenderá que así como las clínicas de partos no descansan de recibir a los que llegan, también nosotros cada día tenemos que descontinuar a más gente.
—Lo entiendo perfectamente, exclamó Bradbury, y créame que no lo envidio. Ha de ser un trabajo difícil convencer a la gente para que acepte el golpe de su guadaña. Pero entienda que no es mi caso. No me interesa en absoluto dificultar su trabajo ni desplegar astucias para que usted demore el golpe. Lo único que hago es explicarle que, si quiere mi vida entera, y no la última porción que me queda, tendrá que ir a buscarla donde la he dejado.
La Muerte aceptó seguir y recibió con manos grises el té que el anciano vigoroso le ofrecía.
—Después de recoger todos los libros, y también las numerosas versiones de mis novelas y mis cuentos que están en internet, tendrá que irse por el mundo borrándole a la gente las historias mías que tiene grabadas en la memoria.
—Pero… eso ya no se acostumbra, protestó la Muerte.
—Es verdad, pero vaya usted por ahí y verá que hay muchos jóvenes que recuerdan la historia del muchacho que participó en un tropel a la salida de un museo, donde estaban desgarrando una pintura, y al volver a su casa descubrió que llevaba en su mano un fragmento de lienzo con la sonrisa de la Gioconda. Y encontrará a otro que le cuente la historia de un marciano en quien todos ven a la persona que quieren, de modo que se pelean a muerte por ese ser querido que están viendo. Y la historia del niño que tenía terror a los esqueletos y un día se enteró de que tenía un esqueleto dentro del cuerpo.
—Esa me gusta, dijo la Muerte, pero no tengo la intención de leerla. Sería traicionar mi trabajo.
—Ya verá que otros recuerdan la historia de unos viajeros medievales que oyen venir un dragón y lo enfrentan, y en el último instante son destrozados por una cosa que no puedo mencionarle porque le estropearía el final. Pero tal vez la que le costará más trabajo arrebatarles, es la historia de un empleado amante de la pintura, que yendo por una playa francesa, se encuentra con un anciano que hace dibujos en la arena.
—¿No estará usted tratando de ganar tiempo?, dijo la Muerte con recelo.
—Nada más lejos de mi intención, respondió Bradbury. Por el contrario, me pasé la vida tratando de perderlo, y ahora estoy ansioso por saber qué nuevas sorpresas me esperan. Pero le juro que nadie olvida una historia que se llama El abismo de Chicago, donde está prohibido recordar el pasado, y hay un niño que busca siempre a un anciano en un parque para oírle contar cómo era el mundo antes de la catástrofe.
—Veo lo que quiere decirme. Que no podré recuperar, para quienes me envían, la vida que le dieron, porque usted la convirtió en historias que ahora andan de boca en boca y de memoria en memoria. Que su vida ya no puede serle arrebatada y no puede ser borrada tampoco.
—Me temo que es así, a no ser que borren a toda la especie. Desde temprano sentí que esa era la única forma de inmortalidad a que podíamos aspirar. Convertir nuestra vida en cosas o en historias que fuera difícil o imposible borrar de este mundo.
—En ese caso, me tocará al menos llevarme la última gota de vida que usted me ha dicho que conserva.
—Lo siento, dijo Bradbury, la he gastado contándole mi último cuento.
Dijo esto sonriendo, y la Muerte desapareció."


Según mi opinión: Snif, snif...que bonito...Es un gran homenaje para un gran autor...Y dicho esto les digo hasta pronto a todos y hasta dentro de mucho tiempo (si existe algo más) al autor Ray Bradbury, pero no a sus libros...La vida es la vida y todos sabemos que no es infinita, pero si que es larga y puede ser preciosa,...así que:
Adios Ray Bradbury....
...Y hasta pronto a todos
Besos
PAL (actualmente en la Feria de las tinieblas...o en Crónicas marcianas)

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